El pasado 17
de diciembre Túnez celebró el aniversario de la llamada Primavera Árabe, más
parecida a un otoño si vamos a sus escasos resultados. En el país árabe se
festejó la fecha con fanfarria gubernamental, pero con una mezcla de alegría y
desconfianza en los pobladores, cuyas esperanzas se diluyen paulatinamente tras
la caída del presidente Ben Ali a principios del presente año.
A pesar de
las promesas y los discursos, la realidad es que los tunecinos enfrentan una
situación económica mucho más difícil en comparación con un año atrás. Si a
finales de 2010 el desempleo rondaba un13 por ciento, hoy la cifra se ubica en
18 por ciento; el Producto Interno Bruto habrá disminuido 0,2 por ciento
respecto a años anteriores. ¿Quiénes son los culpables? Según los analistas
neoliberales, los responsables son los revolucionarios de la llamada primavera
pues su postura violenta ahuyentó las inversiones extranjeras y los proyectos
del año pasado están paralizados. Es una excusa cínica a todas luces, con la
cual se pretende esconder el interés de la élite nacional y las potencias
extranjeras de mantener el modelo económico y entretener con determinados
cambios políticos.
Fíjense que
sintomático lo ocurrido el pasado 17 de diciembre; se celebró un acto de
recordación al joven universitario desempleado de 26 años, Mohammed Bouazizi,
cuya muerte dio inicio a las revueltas, al tomar la palabra su madre expresó “Mi
hijo se prendió fuego para garantizar la libertad para Túnez y el mundo árabe
Pido a las autoridades que presten atención a las zonas pobres y proporcionen
trabajo a los jóvenes.” Las palabras de esta señora reflejan las alertas
encendidas otra vez por ese pueblo que hace un año salió a las calles.
En las
últimas semanas se desataron disturbios en varias ciudades y manifestantes
prendieron fuego a edificios públicos. En el poblado natal del mártir Bouazizi,
dos jóvenes desempleados mantienen una huelga de hambre frente al edificio en
el cual Bouazizi se prendió fuego, mientras, en los exteriores del mismo local,
cuelgan los diplomas de graduados de decenas de jóvenes sin empleos. Se estima
en 14 mil los jóvenes licenciados sin trabajo en esa pequeña nación. Todos estos
hechos, entre muchos, son en protestas contra la difícil situación económica.
Un vecino del poblado, Mansour Amamou, advirtió "El nuevo gobierno debe
entender el mensaje bien y ocuparse de nosotros y mejorar nuestras condiciones.
Si no, la revolución volverá".
Lamentablemente,
a pesar de todas las deudas pendientes, posiblemente sean los tunecinos los
menos frustrados entre todos los pueblos que protagonizaron las supuestas
primaveras. Sus vecinos egipcios están con las manos vacías, ni mejoras
económicas y casi ningún cambio político; la Plaza Tahrir volvió a
llenarse para exigir la renuncia de la cúpula militar y juicios a los corruptos
de Mubarak. En Libia, reina el caos político y el Consejo Nacional de
Transición es objeto de críticas y protestas populares. En Arabia Saudita,
Yemen, Bahreín y Marruecos se esperan los cambios y la justicia, mientras a
Siria le apuntan los cañones en nombre de la libertad.
Al parecer,
la cuestionable Primavera Árabe va a la parar de las estaciones. Tras florecer,
las esperanzas quedaron cecas y marchitas en el otoño, y ahora, según las
noticias, quedarán cubiertas en el hielo del fracaso.
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