Una buena noticia recibieron esta semana la presidenta brasileña, Dilma
Rousseff y su equipo de gobierno; Brasil desplazó al Reino Unido de la
sexta posición entre las grandes economías del planeta, según el
reciente informe del británico Centro de Investigaciones en Economía y
Negocios.
Es el resultado de una escalada
rápida. En 2007 la economía brasileña superó a la española, dos años
después a la italiana, ahora a la británica y según el ministro de
economía del gigante sudamericano, Guido Mantega, desplazará a Francia
en 2015. ¿Qué condiciones permitieron a Brasilia estos resultados?
¿Influyó la coyuntura internacional? ¿Cuáles son los futuros retos?
Según las autoridades oficiales y varios analistas, el gobierno
brasileño desde la época de Lula orientó sus esfuerzos en mantener el
crecimiento y controlar la inflación. Ante la incertidumbre provocada
por la crisis global, se estimuló la producción y el consumo gracias a
un conjunto de medidas crediticias y la eliminación de algunos
impuestos.
Brasil, como el resto de las potencias emergentes, es una gran
receptora de inversión extranjera y las medidas para el crecimiento se
orientaron a estimular la entrada de capital foráneo, al punto de
superar la cifra de 56 mil millones de dólares, es decir, crecieron en
2011 un 91 por ciento respecto a 2010.
Otra ventaja fue los altos precios de las materias primas y los
alimentos, renglones importantes para la nación sudamericana. Todas
estas medidas y coyunturas, permitieron elevar las reservas
internacionales, crear empleos y aumentar el salario.
El notable crecimiento de Brasil se debe a sensatas medidas económicas,
por lo menos a corto y mediano plazo, y a una favorable situación
internacional, sin embargo, no está exento de riesgos. El país ocupa el
puesto 84 en el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas y sus
estadísticas en educación y salud, según algunos analistas, no son
satisfactorios.
La disminución de la pobreza es una asignatura pendiente si se quiere
robustecer ese crecimiento, más aún tomando en cuenta las
características de la economía brasileña y la situación de Europa y
Estados Unidos. Solo aumentando el nivel adquisitivo de los ciudadanos
se asegura un mercado interno para los productos naciones; hoy se
exportan en grandes cantidades, pero mañana ¿Quién asegura ese mercado
externo con los vaivenes de la crisis mundial?
Queda pendiente también la elevada deuda de los hogares brasileños, la
baja tasa de ahorro y la dependencia de las exportaciones a China y
otros países asiáticos.
Pero Brasilia tiene un punto a su favor: es consciente de los
obstáculos y tiene como meta priorizada saldarlos. Mientras Estados
Unidos y Europa reducen el gasto público con recortes drásticos sobre
todo en materia social, Brasil se propone aumentar las inversiones
públicas para crear empleos y reducir la pobreza.
El Ejecutivo desembolsará alrededor de 514.000 millones de dólares en
infraestructuras hasta 2014, de ese total, cerca de 77.000 millones de
dólares se aplicaron en el año recién concluido. Sin dudas Brasil
entendió que debe hacer todo lo contrario a lo realizado hoy en Europa y
Estados Unidos. Los resultados son ya palpables, se logró reducir la
brecha entre ricos y pobres a los niveles más bajos desde 1960. Uno
entre tantos resultados dignos de mostrar.
Está por verse si es esta una buena o mala noticia. El progreso de Brasil se compra la conciencia de muchos fanáticos evangélicos de ese país y le da fuerza a su propaganda. Estamos hablando de gente cuya lealtad y financiamiento se encuentra con el partido republicano de los EE.UU.
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