Si tomamos en cuenta que hace tan solo 20 años el tema del
calentamiento global no aparecía en la agenda de ninguna cumbre
internacional, entonces es difícil negarle el merito de las conferencias
de Naciones Unidas sobre el tema, realizadas año tras año.
Son la expresión de una conciencia
creciente tanto pública como institucional, aunque bastante lenta para
tratarse de un asunto tan importante como la supervivencia humana; con
esa carga se inauguró este martes en la ciudad sudafricana de Durban la
más reciente conferencia de este tipo, no para analizar o perfilar
acuerdos ya tomados, sino como un pesimista esfuerzo para acercar
posiciones.
Las contradicciones no emergen de la mayoría de los países pobres y
subdesarrollados, sino de esas potencias económicas que han impulsado su
desarrollo industrial sobre un modelo consumista y prácticas sumamente
contaminantes y ahora, bajo la necesidad del cambio, tratan de cuidar al
máximo los bolsillos de esos empresarios y transnacionales.
Estados Unidos, el mayor contaminador del mundo, es la nota
discordante. Su delegación arribó a la ciudad sudafricana renuente a
firmar cualquier acuerdo de obligatorio cumplimiento antes del 2020, tal
y como se negó a comprometerse con el Protocolo de Kyoto. El argumento
fuerte utilizado por Washington es China; asegura que el gigante
asiático y determinados países, según su consideración, deben enfrentar
las mismas exigencias, aunque sus niveles de desarrollo no sean los
mismos o no cuenten con los fondos necesarios para el recambio
tecnológico.
La Casa Blancano toma en cuenta que esas industrias altamente
contaminantes son muchas veces de empresas estadounidenses o europeas;
los países del Tercer Mundo se ven obligados a relajar sus legislaciones
medioambientales para lograr inversiones extranjeras y el poco dinero
disponible deben utilizarlo en las emergencias sociales o pagando
colosales deudas externas.
Tengamos algo presente en el caso de China: es el motor de la economía
mundial, pero se considera un país en vía de desarrollo y sus
indicadores sociales distan mucho de los alcanzados por el Primer Mundo;
su desarrollo se concentra en la costa este, y al interior del país el
trabajo por hacer es inmenso, no debe tratársele como a Camerún, pero
tampoco como aquellos países altamente desarrollados.
No obstante, los esfuerzos de Beijing en materia medioambiental son más
meritorios si los comparamos con los implementados por Estados Unidos,
que solo ha logrado bajar a 6 % sus emisiones de gases contaminantes
respecto al 2005, a pesar de los publicitados 90 mil millones de dólares
del presidente Obama para energías limpias.
Washington aspira a un “Fondo Verde” al cual deben contribuir
monetariamente las naciones pobres tal y como harán las mayores
potencias. Ojalá un día Estados Unidos se motivara a implementar ese
“igualitarismo” en la toma de decisiones en Naciones Unidas, el Banco
Mundial o el FMI.
¿No falta en Durban y en las ediciones anteriores un enfoque sistémico
del problema? La crisis medioambiental es solo una arista más de una
crisis mayor ¿No se estarán analizando los daños al medio ambiente bajo
un concepto estrecho? Los gases contaminantes son dañinos, pero ¿y la
guerra? ¿No es dañino el uranio empobrecido utilizado por la industria
militar para hacer más potentes las bombas? ¿Y los daños materiales y
humanos provocados por las guerras, no las de hace décadas, sino las
actuales? Son temas necesarios de tratar en este tipo de citas, pero
aspirar a ello sería soñar. En no pocas ocasiones la necesidad más
práctica es el sueño más utópico.
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