Casi
seguro muchos conocen la historia de Trayvon Martin, el joven afroamericano de
17 años que hace exactamente hoy un mes murió asesinado a manos de George
Zimmerman, miembro de un grupo vecinal, quien tras ser interrogado, fue puesto
en libertad porque supuestamente actuó en defensa propia. La impunidad tiene
furioso y conmovido al país.
Ayer
domingo varias iglesias en Estados Unidos pidieron justicia, la familia de
Martin logró reunir más de un millón de firmas con el mismo objetivo, y el
grupo Nuevas Panteras Negras ofrecieron una recompensa de 10 mil dólares por la
captura de Zimmerman y convocaron a 5 mil seguidores para atrapar al asesino.
El
hecho y su posterior repercusión demostraron que Estados Unidos es un país
enfermo con heridas aún abiertas; solo bajo esas ideas se entiende la
indignación nacional o por qué tantos buscan la justicia al margen de los
tribunales y el estado. Hoy fue Martin, ayer fueron los tantos negros golpeados
por policías blancos o los afroamericanos de New Orleans abandonados a su
suerte cuando el desastre de Katrina, pero todos destaparon el latón del
racismo, una profunda línea que divide a la sociedad norteamericana.
Según
la prensa, muy pocos blancos se sumaron a las manifestaciones, ningún líder
religioso blanco exigió justicia desde su iglesia o se solidarizó con las
organizaciones afroamericanas, parecía, y así quedó probado en los hechos, que
la muerte de Martin era asunto de negros.
Uno
de los tantos miembros de la comunidad negra presente en las manifestaciones
comentaba al periódico mexicano Milenio: "Casos como estos pasan todo el
tiempo en nuestra comunidad, sobre todo aquí en el sur de Estados Unidos, y la
gente clama justicia solo cuando llegan las cámaras".
Para Diane Culmin, una anciana de 62 años “es vergonzoso que todavía tengamos que salir a las calles a reclamar justicia cuando nos matan a nuestros hijos con completa impunidad… ¿Hasta cuándo vamos a seguir convocando marchas para que estos casos no le sucedan a nuestros nietos?", agregó.
Para Diane Culmin, una anciana de 62 años “es vergonzoso que todavía tengamos que salir a las calles a reclamar justicia cuando nos matan a nuestros hijos con completa impunidad… ¿Hasta cuándo vamos a seguir convocando marchas para que estos casos no le sucedan a nuestros nietos?", agregó.
Pero
el racismo en Estados Unidos no se ha quedado en las mentes y los corazones, se
ha convertido en un problema práctico. Solo algunos ejemplos. En medio de la
crisis, la tasa de desempleo en la población negra es de 14,1 por ciento,
mientras entre los blanco es solo de 7,3 por ciento, es decir, la mitad; las
estadísticas históricas dicen que siempre, incluso en los mejores momentos
económicos, el desempleo en los afroamericanos ha sido superior a 10 por
ciento.
En
las cárceles, la población negra es diez veces mayor que la blanca y en las
escuelas, según el Centro Nacional de Políticas Educativas, los alumnos de raza
negra sufren muchos más castigos, suspensiones y expulsiones.
¡Claro!
A la vista salta una contradicción. ¿No hay un presidente negro en Estados
Unidos? ¿No hay varios millonarios afrodescendientes? Si, pero ya estamos ante
un problema más profundo y relacionado con el propio sistema sociopolítico. El
racismo, en el fondo, es una expresión de las divisiones de clases sociales.
Ni
Obama, ni Condoleezza Rice, ni Colin Powell, ni Herman Cain, tiene algo que ver
con ese 14,1 por ciento de negros desempleados o con los pobres habitantes de
New Orleáns cuando el Katrina. Es también un problema sistémico. En el
capitalismo el dinero también dice cuál es tu color de piel.
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